El barco más grande es una cáscara de nuez, las noches sin luna portadoras de malos presagios. No esperaba bajar del camastro de aquel estrecho camarote proyectándome contra la pared como una bala de cañón, pero así de brusco fue el despertador, sonó como un trueno bajo los pies. Después oí campanas, gritos, golpes y gentes que corrían, noté la humedad en mis zapatos y me preparé para lo que nadie se prepara jamás.
El suelo pasó a ser el costado de babor y tuve suerte de poder agarrarme a una viga de madera que arrastrada por la corriente pasó junto a mi como la locomotora de un tren. De aquel día recuerdo lo fría que estaba el agua y lo larga que se hizo la noche, recuerdo como me cegó el reflejo del sol del mediodía y como se me agrietaron los labios, recuerdo lo eternas que se hicieron las horas y el bamboleo salado del mar infinito, pero sobre todo recuerdo la sirena que me empujó donde se llevan los naufragos. Sí, todo naufrago tiene su playa solitaria en una isla desierta.
El You never can tell de Chuck Berry te sentará de película
El suelo pasó a ser el costado de babor y tuve suerte de poder agarrarme a una viga de madera que arrastrada por la corriente pasó junto a mi como la locomotora de un tren. De aquel día recuerdo lo fría que estaba el agua y lo larga que se hizo la noche, recuerdo como me cegó el reflejo del sol del mediodía y como se me agrietaron los labios, recuerdo lo eternas que se hicieron las horas y el bamboleo salado del mar infinito, pero sobre todo recuerdo la sirena que me empujó donde se llevan los naufragos. Sí, todo naufrago tiene su playa solitaria en una isla desierta.
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Naufragar es recordar lo frágiles que somos, vislumbrar el abismo que se esconde bajo nuestras esperanzas sin las cuales no podríamos elevarnos y volar. Tu narración me recuerda a un pasaje de la novela Lord Jim de Joseph Conrad.
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