sábado, 21 de diciembre de 2013

Transnevada. Etapa 6. Refugio de Poqueira-Dílar.

Cuando el día anterior bajábamos hasta el cruce del desvío al refugio de Poqueira no esperábamos que el camino que quedaba hasta él fuera en tan acusado descenso. Mientras perdíamos cota y nos hacíamos cuenta del desnivel, íbamos pensando lo que iba a suponer empezar el día siguiente remontando pendiente arriba.

En el refugio no madrugó nadie, así que a oscuras y en silencio nos preparamos y bajamos a desayunar. La mañana estaba muy fría y en la sombra de un sol que aún no se había levantado sobre las altas cumbres de Sierra Nevada comenzamos a subir en dirección a la pista que habíamos abandonado la tarde anterior.

La conclusión final es que no hay ninguna necesidad de pernoctar en el refugio y es mejor opción bajar directamente desde el Mulhacén a Capileira, Bubión o Pampaneira. Bonitos pueblos de la Alpujarra Granadina y lugares de paso obligado de la ruta.

La foto en la barrera del Parque, nada que ver con la del día anterior. Aquí con la ropa de abrigo.
El descenso largo, largo, lo interrumpimos en Capileira para tomar un café, templar un poco el cuerpo y comprar provisiones para el día sabedores de que ésta jornada no nos iba a ofrecer más posibilidades de avituallar hasta el final.
Esta etapa era la más larga según el diseño que habíamos hecho y solapaba dos, la que iba de Trevélez a la Casa Forestal de Cañar y la que de la Casa Forestal de Cañar llegaba hasta Dílar. Cómo ya he explicado en entradas anteriores la división de etapas de la Guía de la Junta de Andalucía no responde a criterios de alojamiento y ante la imposibilidad de acortarla nos íbamos a pegar una paliza. Otra opción era la de desviarse de la ruta y bajar hasta Nigüelas, pero a la vista de donde quedaba Nigüelas creo que la decisión que tomamos, aunque dura, fue acertada.

El descenso desde la base del Mulhacén se prolongó hasta la Ermita del Padre Eterno, ermita al borde de la carretera donde cargamos agua y encaramos la pista que nos iba a devolver a las alturas. Avanzamos con mucho calor y con paradas en las fuentes que nos íbamos encontrando como la Fuente de las Rosas y así hasta llegar al final de la primera parte de la etapa en la Casa Forestal de Cañar.

En la segunda nos estaba esperando el paso por el barranco de Lanjarón. Una parte de sendero no ciclable no muy larga que bajaba hasta el paso del río Lanjarón y que atravesando un puente de madera obligaba a remontar hasta volver a salir a la pista. Se hizo duro, el paso del barranco nos pilló en las horas centrales del día y aquello era un horno, llevábamos tanto tiempo rodando por la autopista que se nos había olvidado lo que era hacer un porteo.

"Carril privado. Private road. Please don't enter. Thank you". Es lo que reza un cartel en el paso hacia el barranco de Lanjarón, pero el camino es ese por mucho que a algunos les pueda molestar.

El río Lanjarón
Continuamos con mucho calor y paramos a comer, el descanso fue más corto que en otras ocasiones porque éramos conscientes de que aún nos quedaba mucha ruta. Tuvimos problemas para encontrar agua en esta etapa y atravesando zonas de cortijos no nos quedó más remedio que entrar en uno a buscar agua. Así llegamos hasta el Mirador de la Rinconada de Nigüelas, punto más alto de la etapa, repusimos fuerzas y hasta nos las prometíamos felices.

Después de la desesperada búsqueda de agua encontramos algunos arroyos.
La sorpresa fue girar a la derecha y encontrarnos la bajada a un valle, el del río Dúrcal y en frente una cordillera por la que se adivinaba una sinuosa pista de arena blanca que subía hasta lo alto. Hicimos unas cuantas bromas a costa de si sería por ahí pero siempre confiando en que en alguna parte el camino nos brindase una escapatoria. No la hubo, había que atravesar Los Alayos, los Alpes de Sierra Nevada.

Los Alayos, una pequeña cordillera dolomítica en las estribaciones de Sierra Nevada. Una auténtica preciosidad.

Iniciamos el descenso desde la Rinconada por una pista ya más rota, con gravilla y arena que obligaba a despertar los sentidos y atravesando el río Dúrcal empezamos a afrontar la subida con bastante sufrimiento. Por delante, como siempre cuando la cosa se ponía dura, Javi y Carlos, y por detrás "el Profe" y un servidor. Jose, alias "el Profe", alias "el Kazajo", al que yo llamo siempre cariñosamente "el Kazajo Cabrón", había cambiado parte de la transmisión para esta andadura, y eso no incluía el plato pequeño que le daba problemas y le obligaba a acometer las ascensiones por duras que fueran con el plato mediano. Un crack.

Jose, haciendo un cambio de pastillas de freno cuando creíamos que ya todo estaba hecho. En realidad era sólo el comienzo de los Alayos.

Los Alayos se hicieron larguísimos, cuando celebrábamos un final, era dar una curva y seguir subiendo, cuando bajábamos era para volver a subir; el calor y el cansancio eran importantes y como siempre en estos casos lo que nos alimentaba era saber que cada pedalada que dábamos era una menos hacía el destino.

Y así, poco a poco, viendo como nos íbamos merendando aquella cordillera bellísima que veíamos desde la Rinconada, llegamos a su final para entrar en una zona de descenso entre pinares con una hermosa fuente donde repostar y donde dimos con unos cuantos bikers de la zona. Entre ellos tuvimos la fortuna de encontrarnos con dos fenómenos, los Pacos, con los que estuvimos hablando y explicándoles de donde veníamos y lo que estábamos haciendo. Los Pacos, gente estupenda, se  ofrecieron a guiarnos hasta nuestro alojamiento en Dílar y además insistieron en que antes probáramos unas tapas de choto (Cabrito), típicas de su tierra junto a unas cervezas en un restaurante-merendero cercano, la Casucha de Pedro. Fue un merecido y afortunadísimo fin de etapa que todos recordamos con agradecimiento. Quizás algún día nos volvamos a encontrar y les podamos devolver la invitación. Sería bonito.

El par de cervezas que tuvieron en nuestros extenuados cuerpos efecto multiplicador nos hicieron llegar entre risas al Hotel Zerbinetta, a lo que contribuyó sin duda, que alguien, no voy a decir quien, se quedará con los pies enganchados en los pedales y cayera delante de una buena mujer a la que preguntamos como llegar al hotel y que se quedó entre sorprendida y preocupada al ver a un chaval de tan buena planta haciéndole tal reverencia. Recomendable el hotel Zerbinetta, un buen alojamiento para una etapa que requería de una buena cena y un buen descanso. Como un oasis en el desierto.

102 sufridos kilómetros para ésta penúltima etapa.

Otras cosas

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