No importa que la ciudad sea desconocida, tampoco importa que sea una gran ciudad, al final todas son iguales y sé donde buscar. Me bastaron un par de preguntas para llegar hasta él, todos los caminos conducen a Roma.
-¿Qué tienes?- pregunté.
Me miró como si fuera un bicho raro y me puso en la mano dos pastillas que no me quiso cobrar. -Es lo que necesitas, ya volverás-, dijo.
Cerré la puerta de la habitación del hostal y las pasé con un trago de agua. Tres días de hibernación. Tres días pasados en un sueño profundo y tan reparador que al despertar me costó reconocerme ante el espejo. No había ojeras, ni apenas arrugas. Volví.
-Bien, esto es otra cosa.- Me dio otro par de pastillas y se negó a venderme más pese a las súplicas.
Y cada vez mejor, y cada vez más joven, preguntándome donde estaría el cuadro que envejecería por mi. Hasta que un día al volver a ver al hombre...
-Vengo por lo de siempre.
-Lo siento chico, pero yo me marco mis propios límites, no tengo nada para niños.- Y me despidío con un pellizco en el moflete.
Dinah Washington- Mad about the boy
Uyyyyyyy!!! Este lo has bordado!!!
ResponderEliminarPero que cuando te inspiras, eres un caso serio, eh?
Un combo arrollador: el texto y Dinah Washington!
Estupendo lunes!
Gracias, bro!
Saludos desde la orilla de enfrente!
te conteste al ultimo comentario, sólo qu eme enrolle un poco :)
ResponderEliminarte dejo un enlace, pa que heches un vistazo.
http://www.canadiancountryhouse.com/