Ya recuerdo lo que te quería contar, me ocurrió hace tan solo un par de días y no es fácil de olvidar, tiene el regusto inquietante de los cuentos de Stevenson.
Despedí la primavera como mejor pude, dejándome acariciar por los rayos del sol mientras dormitaba sobre la hamaca, el día estaba siendo de calor sofocante. Fue más tarde, mientras se ponía el sol cuando las nubes hicieron su aparición, y más tarde aún, cuando la luna se hizo dueña de los cielos, cuando comenzó a llover. Transitaba yo en aquel momento con mi automóvil por una carretera, ascendente y llena de curvas, que rezumaba vapor al contacto de las gotas con el asfalto todavía caliente. Pequeñas nubes, blancas como fantasmas, nacían de entre la negrura y se elevaban deslumbradas y sin tiempo para escapar por los faros de mi coche. Yo las atravesaba una y otra vez volviendo intermitentemente a encontrar diáfana la carretera. Fue llegando al alto cuando mi acompañante me indicó inútilmente que girara a la derecha, digo inútilmente porque lo hago siempre y no hacía falta que me lo recordase, pero al caer en la cuenta de lo que me había dicho me volví hacía él para comprobar lo que ya sabía, que no había nadie más en el auto y que esa era la carretera del cementerio.
Despedí la primavera como mejor pude, dejándome acariciar por los rayos del sol mientras dormitaba sobre la hamaca, el día estaba siendo de calor sofocante. Fue más tarde, mientras se ponía el sol cuando las nubes hicieron su aparición, y más tarde aún, cuando la luna se hizo dueña de los cielos, cuando comenzó a llover. Transitaba yo en aquel momento con mi automóvil por una carretera, ascendente y llena de curvas, que rezumaba vapor al contacto de las gotas con el asfalto todavía caliente. Pequeñas nubes, blancas como fantasmas, nacían de entre la negrura y se elevaban deslumbradas y sin tiempo para escapar por los faros de mi coche. Yo las atravesaba una y otra vez volviendo intermitentemente a encontrar diáfana la carretera. Fue llegando al alto cuando mi acompañante me indicó inútilmente que girara a la derecha, digo inútilmente porque lo hago siempre y no hacía falta que me lo recordase, pero al caer en la cuenta de lo que me había dicho me volví hacía él para comprobar lo que ya sabía, que no había nadie más en el auto y que esa era la carretera del cementerio.
Espectral final de primavera, la güestia se ocupó de ello.
ResponderEliminarBlogsaludos