miércoles, 1 de junio de 2011

Un ladrón especial



Nadie que lo hubiese visto se hubiera podido creer que el hombre que estaba tras aquella mesa soplando la vela del pastel estuviera celebrando su ciento cincuenta cumpleaños, en verdad, aparentaba tener muchos menos. Sentado en una envejecida silla de despacho, el hombre retiró el plato después de probar un poco de la tarta y siguió contando los montoncitos de monedas de oro. La estancia estaba como siempre, a oscuras, pero el oro resplandecía a la luz de las velas, lo mismo que los relojes que poblaban las paredes. Si, las paredes del austero salón estaban cubiertas de relojes, pero también el aparador, las vitrinas y las mesitas, todo estaba lleno de relojes. La casa entera lo estaba, relojes de todos los tamaños, formas y colores, que marcaban horas distintas y que se movían muy muy despacio, relojes en los que las horas no tenían sesenta minutos sino muchos más, y no, no era por falta de cuerda, en ellos residía el secreto de la juventud de aquel "viejo". Desde que de pequeño había oído que el tiempo era oro, aquella pequeña frase se convirtió en una obsesión, "el tiempo es oro, el tiempo es oro, el tiempo es oro..." repetía sin parar. En capturarlo centró todos sus esfuerzos, y lo logró si, aunque sólo él sabe el como, sólo él, que guarda su secreto como el más valioso de los tesoros. Todo lo que yo te puedo decir lo sé por la confidencia de un pajarito que se asoma varias veces al día cuando canta las medias y las en punto, sí, el cuco me lo ha contado, es por eso que cuando siento que el tiempo se me va, me acuerdo de él, sé que me lo está robando ese ladrón, el ladrón del tiempo.

1 comentario:

  1. Una vez leí que el tiempo no se pierde en días o en horas. Se pierde en minutos. Cada uno de ellos vale oro.

    Saludos.

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