lunes, 21 de noviembre de 2011

La Vieja


Caminando durante semanas sin rumbo a ninguna parte, internándome tierra adentro, salvando valles y montañas, llegué un día a una aldea de casas dispersas colgadas en la ladera de una montaña. Ninguna era grande y todas de madera, de la misma madera que las rodeaba en forma de bosques impenetrables. Sentado en un banco a la puerta de su casa, un anciano me hizo la doble invitación de beber un trago y hacer un descanso en el camino. Me contó muchas historias creo que una por cada una de sus muchos años y entre cuentos y leyendas me quedé con esta:

Se remontó a otros tiempos que él ni siquiera conoció para narrarme lo que un día le contó su padre, y a éste el suyo, una historia que se repetía de generación en generación como un cuento de Perrault.

Sólo ocurría los años bisiestos a la entrada del otoño, en la primera noche de luna llena y no todos los habitantes de la comarca tenían la posibilidad de asistir al encuentro, sólo los mayores de veinte años y los menores de treinta, y entre ellos eran muchos los que preferían no acudir.

Llegado el día, llegada la medianoche, los vecinos despedían a los jóvenes que se adentraban en el bosque siguiendo los senderos a la luz de la luna. Unas dos horas llevaba desde el pueblo llegar al claro donde se aparecía "la Vieja".

Esperaban, siempre esperaban, los nervios de la espera formaban parte del ritual. Con el cuerpo encorvado y la cara cubierta de arrugas como los surcos de un arado, moviéndose lenta como una tortuga aparecía la anciana. Con obligada parsimonia se iba acercando a los elegidos y uno a uno les susurraba al oído lo que habían ido a escuchar.

Era jugar a una ruleta rusa que se dilataba en el tiempo y en el espacio, como una bala que sale y de la que sólo queda esperar el impacto, un impacto que parece que no va a llegar y que, sin embargo, siempre llega, porque el arma no se encasquilla y el disparo siempre es certero. Con voz débil la Vieja les iba diciendo lo que les quedaba de vida.

El anciano me dijo que nunca fallaba ¿Jugarías?

9 comentarios:

  1. ¿Jugar? ¡Jamás! Con lo feliz que se vive en la más profunda ignorancia. Sin duda hay ciertas cosas que es preferible no saberlas nunca.
    Pero me ha gustado tu cuento, tiene mucho encanto.

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  2. Cómo me gusta leer esta clase de relatos. Tienes muy buena mano para ello, Lo sabes, no? ;)
    Estoy de acuerdo con el comment anterior. Espero que el destino me sorprenda, para bien o para mal.
    Día a día, andando y andando. Las fechas de vencimiento me son útiles sólo para los alimentos y para renovar el pasaporte... Je!
    "Live by the drop" como entonaría el gran Stevie Ray Vaughan.
    Besos desde la lluviosa Buenos Aires!!!

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  3. Yo no querría. La vida es hermosa porque no sabemos que nos depara.

    Blogsaludos

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  4. MEJOR DEJAR QUE SEA EL DESTINO EL QUE ME SORPRENDA,Y MIENTRAS DISFRUTAR DE LA VIDA CON TODO LO BUENO QUE TENGO A MI ALREDEDOR.
    ME HA GUSTADO TU RELATO.MUY BUENO!!!.

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  5. Carlos, muy guapo el relato, coincido con Bee Borjas.
    El tiempo nos irá sorprendiendo con lo que tenga que ser y así siempre será más interesante nuestra existencia.
    Un saludo

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  6. Pues yo, sí, subiría al monte para que la Vieja me dijese con cuanto tiempo cuento. Me gustaría saber si tengo que darme prisa o puedo tomarme las cosas con calma.

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  7. yo estoy deacuerdo con el primer comentario, hay cosas que es mejor no saber... bueno, igual tampoco fuera tan malo, pero es complejo...

    una maquina del tiempo, mejor, pero sólo para viajar al pasado, que no te diera la opción de tocar ni arreglar nada, sólo ver.

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  8. Calma Jose Luis, calma. Las prisas no son buenas y "la curiosidad mató al gato". Me gustó tu relato, hacía tiempo que no pasaba por aquí y veo que sigue sin decepcionar. Besos.

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Tus comentarios enriquecen este blog. Gracias.

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