domingo, 12 de abril de 2009

Hernán Cortés y la madre patria




Recuerdo una conversación mantenida hace unos años con Ángel con quien coincidía mucho en el gimnasio del Grupo Covadonga dándole al hierro.
Había iniciado éste una serie de viajes por el mundo que le habían llevado a recorrer diversos países al otro lado del charco y refiriéndome algunas anécdotas de su periplo me quedó grabada una que le ocurrió en Méjico.
Contaba que estando sentado en un restaurante la camarera se dirigió a él en ingles (Ángel, persona entrada en años, albino y de ojos azules no responde físicamente a lo que se espera de un español) y él la corrigió diciéndole que hablaban el mismo idioma. Poco después un padre de familia, que sí respondía al estereotipo de macho mejicano, engallado y con bigotes, que se encontraba en una mesa contigua le preguntó con cierto tono hostil: ¿Así qué es Vd. de la madre patria?
Ángel me decía que en ese momento se puso en guardia porque en Méjico llevan guardado muy adentro las atrocidades del conquistador Hernán Cortés.
Viene esto a colación del capítulo dedicado al susodicho en el libro con el que relleno algunos ratos muertos y que recoge setenta de los grandes viajes de la historia.
Es curioso ver como los tiempos y la historia tratan los distintos hechos ocurridos en el mundo.
El gran conquistador Hernán Cortes no se libraría hoy de ser un genocida que acabó con toda la civilización azteca en el plazo de dos años, al igual que hizo su primo Pizarro, pocos años después, con el Imperio Inca. Miles y miles de muertos bajo el acero de sus espadas y toneladas de oro expoliadas en nombre de España y bajo la Cruz de Santiago.
Como cualquier otro imperio España levantó el suyo a sangre y fuego, no es para sentirse orgullosos.

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