lunes, 25 de abril de 2011

Alquilo apartamento. Ideal suicidas.

El blog ya tiene dos años, los cumplió el día nueve, aunque se me pasó el cumpleaños. En este tiempo siempre he procurado cumplir con la autoimpuesta obligación de publicar, con más o menos acierto, algo cada día, y aunque exceptué los fines de semana y los festivos, en parte por darme descanso y en todo, por no tener cabeza para tanto, en los últimos días acontecimientos inesperados han alterado mi rutina. Y es que ni los escépticos como yo, estamos libres de vernos convertidos en involuntarios protagonistas de inesperadas historias que pueden llegar a alterar profundamente nuestra monótona existencia.

Y eso mismo, convertirme en protagonista por sorpresa, es lo que me vino a pasar una mañana de hace unos días, una mañana en la que como muchas otras salí a dar un paseo por el centro de la ciudad. No recuerdo cuanto tiempo llevaba caminando cuando unos diez metros después de rebasar la puerta de aquel establecimiento reparé en lo que rezaba el cartel. Me detuve. Dando media vuelta me acerqué para cerciorarme de que mis ojos y mi cerebro seguían funcionando correctamente. Sí, lo había leído de pasada, inconscientemente, pero el anuncio estaba allí, cuatro celos, uno por cada esquina, lo mantenían firmemente pegado al cristal de la puerta de la céntrica tienda de ultramarinos. Lo releí con detenimiento: "Alquilo apartamento. Ideal suicidas. 45 m Tlfno: 666 666 666". La información era de lo más escueta. Al menos el teléfono es fácil de recordar, me dije. Pasé el resto de la tarde imaginándome como sería, ¿tendría menaje?, ¿cuchillos afilados?, ¿unas mesitas con frasquitos de somníferos en sus cajones?, ¿una bañera preparada con su agua calentita y una reluciente cuchilla de afeitar en el borde?, ¿sería la pintura triste y depresiva?, ¿colgaría una cuerda del marco de la puerta del salón?...

Mi curiosidad me puede. Marqué el número nueve veces, tres veces el número de la bestia. Eran las diez de la noche, cuando una voz femenina y grave, pasó a contestarme desde el otro lado del auricular.
-¿Si?
- ¡Hola, buenas noches! Perdone si la molesto (no estaba seguro de que no fuera una broma), la llamo por el anuncio, el del apartamento, ¿es correcto, eso que pone: ideal para suicidas?
- Si, lo es, pero hay que tener un poco de determinación.
- Ya, claro, para eso la determinación es muy importante. ¿Podría darme alguna información más?
- Lo siento, no se facilita ninguna información por teléfono, si está interesado deberá concertar una visita.
- Ya, ¿Podría verlo mañana?
- Si señor. Si está de acuerdo le espero a las once de la mañana en el nº 12 de la C/Piedad, frente a la iglesia de San Salvador.
- De acuerdo, allí estaré.
- Hasta mañana entonces.
- Hasta mañana.

Al día siguiente, puntual como un reloj suizo, me planté en el lugar de la cita. No llevaría ni dos minutos cuando se acercó una chica muy guapa, muy joven, muy rubia. Con una voz que no se correspondía para nada con su apariencía física, pero que pertenecía sin duda a la persona con la que había hablado el día anterior, me preguntó si era yo la persona interesada en el apartamento. Le contesté afirmativamente y me invitó a pasar. Subimos en ascensor hasta la undécima planta. Fuimos todo el tiempo en silencio, cosa que agradecí, su voz me inquietaba profundamente.
Introdujo la llave en la cerradura, la hizo girar dos veces y abrió la puerta. La estancia era luminosa, no era para nada lo que me había imaginado. Esperaba algo gris, oscuro, rancio, y sin embargo me encontraba paredes pintadas en blanco en las que la luz que entraba por las ventanas, rebotaba iluminándolo todo. Un corto pasillo dividía el apartamento en dos mitades. A la derecha un baño y una habitación con tabiques de ladrillos de vidrio, los dos bastante amplios, y a la izquierda una moderna cocina que se integraba perfectamente en un coqueto salón de decoración minimalista. El pasillo terminaba en una puerta acristalada que daba a un balcón muy curioso. Sin duda era aquel balcón el que daba sentido a todo. Al abrir aquella puerta me quedé como colgado del vacío, no era un balcón como los demás, de hecho no había ninguno más en toda la fachada del edificio. Era una prolongación del pasillo que se escapaba de las paredes, un apéndice de un metro y medio de ancho por dos de largo con un cierre metálico que me llegaba a la altura de la cintura. En cuanto lo vi me recordó esas plataformas de las competiciones de salto, con el pequeño detalle de que ni había saltador, ni piscina.

Dejando a un lado la curiosidad del anuncio, que entendí como un reclamo, lo alquilé. Me gustaba. Era ideal para mi, pequeño, moderno, funcional... y el precio, una ganga. La primera semana me encontré muy a gusto, nunca había vivido en un piso tan alto y enseguida empecé a encontrarle ventajas. Era muy cálido, el sol lo atravesaba a diario y los vidrios del pasillo aumentaban esa sensación de calor, si la casa hubiese sido de madera, creo que hubiese ardido. La altura hacía que los sonidos de la calle llegaran atemperados y el sofá, muy cómodo, constituían dos poderosas razones para entregarse a la lectura con fruición. La tercera es que no había televisión.

Dormía como los ángeles, fue poco después cuando empecé a sentirme incómodo. Con el paso de los días la estancia en la casa empezó a hacerse cada vez más agobiante, el sueño era menos profundo y más corto, sudaba y sufría pesadillas. Ya no dormía del tirón. Ya no dormía. Sustituí la cama por paseos arriba y abajo por el pasillo, y alargué el paseo nocturno abriendo la puerta que daba al balcón. Era lo mejor de la casa, necesitaba respirar, y el balcón me brindaba un espacio donde sentir el frescor de la madrugada. En la oscuridad de la noche, con el torso desnudo y los brazos extendidos, me dejaba vencer hacia delante, el asfalto parecía venir a mi encuentro. Tenía la sensación de un águila colgado en un acantilado. Sólo quedaba saltar. Saltar, saltar, saltar...

Ya daba igual el momento del día o de la noche que pasara en la casa, lo único que veía era el pasillo, lo único que veía era aquel balcón que me llamaba. Empecé a convencerme de que el anuncio era cierto, había algo en aquel lugar que oprimía, que agobiaba, algo que no dejaba otra salida que saltar. Sí, sólo quedaba saltar, saltar. Saltar era la salvación.

Una vez que me di cuenta de que la puerta del balcón era una puerta a un mundo mejor, empecé a prepararlo todo. Busqué en el calendario el primer día de luna llena y la víspera me dediqué a serrar la barandilla del balcón para tener la pista despejada, sería como la calle de salto pero sin foso. Llegó el momento, me preparé una cena frugal y esperé. El que la noche fuera cálida me ayudó a escoger el vestuario. Las cuatro de la madrugada me pareció una buena hora, abrí la puerta del balcón y retiré el trozo de la barandilla que había serrado y dejado presentada como si todo siguiera intacto. Me dirigí con paso firme a la puerta de entrada y sin darme tiempo para pensar, me lancé a la carrera. Con el último paso me di todo el impulso del que fui capaz y cerré los ojos. No recuerdo más que la sensación de flotar, la misma sensación que tienes cuando te sujetan por debajo de los brazos y te llevan en volandas. Cuando abrí los ojos me encontré desnudo en la acera del otro lado de la calle. Una sombra entre las sombras y un susurro en el viento acariciaba mis oídos: "No ha llegado tu hora, amigo".
El fin de la historia es muy breve. Para empezar, traté de explicar a la policía que estaba desnudo porque me había lanzado desde el pasillo de un undécimo piso y que, por razones obvias, las llaves las había dejado en la casa. Y ellos, amables y serviciales, se ofrecieron a acompañarme a buscar otras a la casa de la casera, que por lo visto vivía en un edificio enorme y familiar en el que fui recibido por dos individuos de aspecto rudo, vestidos con batas blancas, que se dirigieron a mi por mi nombre y me sujetaron por debajo de los brazos, haciéndome volar por segunda vez en una misma noche.

6 comentarios:

  1. Hace unos años cuando estaba más metido en el mundo de la producción y realización de cortometrajes este relato habría sido un súper guión para uno.
    Localizaciones fáciles pocos actores, dialogo sencillo y fácil de ejecutar desde el punto de vista técnico. Solo un poco complicado encontrar un balcón de hierro en una chatarrería para grabar como se sierran los barrotes.
    Chapeau Jose, me quito el sombrero.

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  2. Al principio pensé que te había pasado de verdad!!! A medida que leía me dije..."no puede ser" jajaja Está muy currado, sí señor :)

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  3. Wuauuu!!! así que volaste dos veces
    Estupendo
    Un beso

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  4. Muy buenooooo!!al principio yo tambien crei que te había sucedido de verdad.Que ocurrente!!!

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  5. Buenísimo. Me ha enganchado tu historia. En este caso no es como lo cuentas si no lo que cuentas y como acaba. Magnífico final.

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