El otro día me encontré con una imagen que desde mi agnosticismo me llama siempre la atención, una mujer se santiguaba al salir del portal de su casa. Este hecho me recordó el desgraciado ¿incidente? ¿accidente? que puso fin a la vida de mi beata tía Enriqueta. En un aciago día, la fatalidad, o bien la oportunidad, se citó con ella a la salida del portal. La pobre tía Enriqueta apenas acababa de santiguarse cuando un tiesto impactó en su cabeza.
Su vecina al ser interrogada por la policía sorprendió a todos con una declaración tan pueril que hizo concluir a los investigadores que por fuerza tenía que ser real. Adujo su vecina, Matilda, que su marido, siempre tan bromista, se acercó por la espalda sin que se diera cuenta mientras regaba los geranios de la ventana y saltando sobre ella, a la vez que daba un grito, le propinó un susto tal que hizo que empujara al vacío una de las macetas .
En la reconstrucción de los hechos pudo demostrarse que el marido, que por supuesto confirmó la versión, avanzó sin hacer ruido, afianzando sus pasos de felino sobre la mullida alfombra hasta alcanzar la prudente distancia que le permitió darle el susto del siglo a su esposa.
A la postre nada tuvo que ver el escándalo que se había montado el día anterior en la escalera en el que Enriqueta se quejaba a Matilda a voz en grito, que le ponía los cristales perdidos cada vez que regaba las plantas, tampoco que ésta le reprochara a su vez, entre amenazas, que su perro no la dejaba dormir, pero... convencer a su señoría de que fue un homicidio involuntario fue una tarea imposible.
Su vecina al ser interrogada por la policía sorprendió a todos con una declaración tan pueril que hizo concluir a los investigadores que por fuerza tenía que ser real. Adujo su vecina, Matilda, que su marido, siempre tan bromista, se acercó por la espalda sin que se diera cuenta mientras regaba los geranios de la ventana y saltando sobre ella, a la vez que daba un grito, le propinó un susto tal que hizo que empujara al vacío una de las macetas .
En la reconstrucción de los hechos pudo demostrarse que el marido, que por supuesto confirmó la versión, avanzó sin hacer ruido, afianzando sus pasos de felino sobre la mullida alfombra hasta alcanzar la prudente distancia que le permitió darle el susto del siglo a su esposa.
A la postre nada tuvo que ver el escándalo que se había montado el día anterior en la escalera en el que Enriqueta se quejaba a Matilda a voz en grito, que le ponía los cristales perdidos cada vez que regaba las plantas, tampoco que ésta le reprochara a su vez, entre amenazas, que su perro no la dejaba dormir, pero... convencer a su señoría de que fue un homicidio involuntario fue una tarea imposible.
Jajajaja!!! Pero hombre, que eres polirubro! Ciclista, bluesman, cuentista... Y todo lo que publicas tiene un nivel estupendo!
ResponderEliminarVaya tío resultaste! Me felicito por haberte encontrado! :)
Un beso desde la otra orilla!
Ja ja ja.Pobre tía Enriqueta!!muy bueno,has conseguido sacarme una sonrisa,que falta me hacia.
ResponderEliminarSobre todo cuando se tiene uno de esos días regular.
hAY QUE TENER MUCHO CUIDADO CON LAS VECINITAS.que fuerte. blue
ResponderEliminarLa escena primera, santiguandose, me recuerda a mi madre, poco creyente y sin embargo santiguadora.
ResponderEliminarBlogsaludos
Jo, chico. Tienes un don! me encanta como escribes :) Sigue asín!!!!
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