Caminaba por el hall del centro comercial cruzándome con un sinfín de desconocidos cuando mi mirada se enfrentó durante un breve instante con la suya. Fue inmediato el refresco del recuerdo, lo primero que se me vino a la mente era cómo lo llámabamos, después me acordé del nombre. No ha cambiado mucho pese al largo tiempo transcurrido, mantiene la mirada inquietante e inescrutable del individuo silencioso, una mirada huidiza que se escapa como se escapaba su propietario años ha escaleras arriba hasta llegar a su casa. No se relacionaba con nadie y mientras jugábamos en la calle él nos observaba desde la atalaya de su quinto piso. En un barrio en el que lo normal era que todos tuvieran apodo, él como no podía ser de otra manera, era: "El anacoreta".
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