martes, 1 de marzo de 2011

La muerte

Hubo un tiempo no olvidado por no pasado en el que caminó cruzándose con muertos. En aquellos días tristes, los rostros de los ancianos no eran sino máscaras de muerte; la adivinaba en sus arrugas, en sus gestos lentos, cansados, en sus bocas entreabiertas, devoradoras de oxígeno. Ella les seguía, tan alta, tan delgada, tan orgullosa... sabiendo esperar como lleva haciendo desde el principio de los tiempos. Deslizándose silenciosa entre las sombras, agarrando con fuerza entre sus huesudas manos el mango de madera de su guadaña. La única luz es el reflejo de la luna en la hoja de plata, el rostro oculto, los ojos ansiosos... aguardando el momento, expirando el fétido aliento que haga que la epidemia se extienda a hombres, a mujeres, a niños.

-Da la luz, está muy oscuro.

-Ahora mismo.

-Gracias, ya veo.


¿Qué harás cuando estés muerto? Ya no sentirás el frío, no será tuyo, será del que te toque, del valiente que se acerque a besar tus labios lívidos, del que acerque su mejilla para descubrir que no la roza el aire expelido, del que te toque a pesar de que estás rígido, será del que te ha querido.

1 comentario:

  1. No, ni siquiera será del que te haya querido...porque tú ya no serás tú, porque ya te habrás ido..y en consecuencia, ese cascarón vacío, de tu cuerpo rígido...no recibirá ni el consuelo de un beso que espera el frío...

    LMI

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