Mi edificio tiene cuatro plantas y cuatro puertas por planta y no conozco a mis vecinos. No me importa, es recíproco, ellos tampoco me conocen. Cuando ven que estoy en el portal esperando el ascensor, disimulan en la puerta para no coincidir conmigo. Las más de las veces subo solo, pero otras comparto el viaje con gente extraña que en vez de saludar, emite sonidos guturales y no levanta la mirada de sus zapatos. Creo que lo que hacen es rezar para que no se estropeé. Pero ¿a quién le importan sus vecinos? Yo soy educado, les digo:¡hola y adiós! mientras me cae la baba, pero ellos ni contestan. Y de sus vidas no sé más, ni sus nombres.
No hago vida social y en el barrio no conozco a nadie. Cuento con los dedos de una mano aquellos con quienes me saludo. Son cuatro personas, pero no les hablo, para mi es lo normal. ¿Hablar? ¿Para qué?. Cuando camino por las calles semidesiertas, lo mismo que al atardecer, la gente cambia de acera. Y me pregunto por qué, me pregunto si tendrá algo que ver el hecho de que mida uno noventa y vaya siempre sin ropa de cintura para arriba escondiendo mi poderoso abdominal entre la grasa de mis ciento cincuenta kilos. Me pregunto si se verán intimidados por la melena negra que llevo siempre sobre la cara para disimular las cicatrices o por el hacha de plástico que llevo siempre en la mano. No, no creo que sea por eso, seguramente será por los tatuajes, a la gente no suelen gustarles los tatoos. Sí, tiene que ser eso.
El vigilante del supermercado siempre me dice que con esas pintas no puedo entrar, que la gente se asusta. Pero el médico me dice que todo va bien y que no deje de tomar la medicación. Por supuesto le hago caso, no quiero que después de tanto esfuerzo la gente vaya a pensar que soy un tipo normal.
No hago vida social y en el barrio no conozco a nadie. Cuento con los dedos de una mano aquellos con quienes me saludo. Son cuatro personas, pero no les hablo, para mi es lo normal. ¿Hablar? ¿Para qué?. Cuando camino por las calles semidesiertas, lo mismo que al atardecer, la gente cambia de acera. Y me pregunto por qué, me pregunto si tendrá algo que ver el hecho de que mida uno noventa y vaya siempre sin ropa de cintura para arriba escondiendo mi poderoso abdominal entre la grasa de mis ciento cincuenta kilos. Me pregunto si se verán intimidados por la melena negra que llevo siempre sobre la cara para disimular las cicatrices o por el hacha de plástico que llevo siempre en la mano. No, no creo que sea por eso, seguramente será por los tatuajes, a la gente no suelen gustarles los tatoos. Sí, tiene que ser eso.
El vigilante del supermercado siempre me dice que con esas pintas no puedo entrar, que la gente se asusta. Pero el médico me dice que todo va bien y que no deje de tomar la medicación. Por supuesto le hago caso, no quiero que después de tanto esfuerzo la gente vaya a pensar que soy un tipo normal.
jajaa Muy bueno!! Que hay de malo en salirse d la norma?
ResponderEliminarSalud.