lunes, 20 de diciembre de 2010

El extraordinario caso de Jacinto Salvia

Habían transcurrido varias horas pero la calle seguía llena de curiosos, marchaban unos y llegaban otros, se paraban y escuchaban en corro la explicación del suceso. Siempre la daba el más tonto, demasiadas teleseries de detectives. Las cámaras de televisión se habían hecho un hueco desde el primer momento y hasta alguna había hecho conexiones en directo con el telediario. Los micrófonos asaltaban a los vecinos y aunque algunos se mostraban huidizos, no faltaban voluntarios para salir en la tele. Algunos como buenos extras tenían frase, y otros se conformaban con pasar por el fondo de las imágenes y saludar. No tengo nombre para denominar a los de esta subespecie.

-Dígame, ¿Conocía Vd. al fallecido? - El locuaz entrevistador preguntaba con voz impostada a una señora de mediana edad que vestía mandilón y zapatillas.

-Sí, si, le conocía, mi hija y mi yerno eran vecinos suyos, viven justo encima.

- Cuénteme ¿Cómo definiría Vd. a esta persona?

-Pues mire, a mi me parecía una persona muy normal. Siempre daba los buenos días. Muy normal, muy normal. Nunca hubiese sospechado que fuera a acabar así.

-Bueno, bueno, pues permítame que le diga que eso de dar los buenos días, muy normal, muy normal, no es.

-Ya, tiene razón, ahora que lo pienso eso no es muy normal, ¡Uy! me estoy acordando ahora de un día que me vio llegar cargada con una bolsa al portal y me la subió hasta casa de mi hija.

-¡Que barbaridad! ¿Eso no la hizo sospechar? Con esos antecedentes ya se veía que el hombre no estaba bien. Quizás se podría haber evitado que hubiese hecho algo así.

-Ya, pero quien lo iba a pensar.

Un despistado dejó caer la pregunta sobre un grupo que miraba hacia arriba con los ojos puestos en la fachada. - ¿Qué ha ocurrido?

Respondió un enterado con la misma seguridad que lo haría el comisario de la policía- El del tercero. ¿Ve allí, donde están las macetas? Las flores eran la clave.


Dos días antes Matilde Menta había llamado con insistencia a la casa de su vecino y amigo, don Jacinto Salvia, ante la falta de respuesta, telefoneó preocupada a la policía. Jacinto nunca abandonaba su casa sin avisar y mucho menos faltaba a su diaria cita con la Sra. Matilde para tomar el té de las cinco. La policía se personó en el número 33 de la C/Magnolia y aporreó la puerta, sin esperanzas de hallar respuesta, en el tercero izquierda. Unos minutos después y con la ayuda de los bomberos accedieron al interior de la vivienda fracturando el cristal de la ventana que daba a la calle. Cuando entraron descubrieron que la casa de don Jacinto era un auténtico jardín, había flores por todas partes. Avanzando con cuidado pasaron de puntillas entre el sinfín de macetas esparcidas en aparente desorden por la habitación y siguieron por el pasillo, al llegar a la cocina se sobresaltaron al encontrar el cadáver de don Jacinto Salvia. Don Jacinto fue descubierto boca abajo en medio de un gran charco de agua, delante tenía una maceta con un rosal enano y a su lado un periódico abierto por la página de las esquelas, no había signos de violencia y la vivienda estaba en orden. Como era costumbre en don Jacinto el pestillo estaba echado por dentro y las ventanas cerradas, lo que descartaba que hubiese accedido a la vivienda alguien del exterior. Todo apuntaba a una muerte natural, y así se hubiera tratado de no ser porque no había explicación aparente al charco que había en el suelo de la cocina. No había fugas de agua, ni mangueras, ni vasos, ni botellas, ni regaderas. Nada. Así que la aparente muerte natural de don Jacinto se volvió investigación criminal y la casa se llenó de gente que hacía equilibrios pasando como bailarinas de ballet entre azaleas, jazmines, gardenias, geranios... la lista parecía interminable. La policía científica hizo la última foto de don Jacinto Salvia en un poco favorecedor decúbito prono, recogió huellas y toda clase de muestras y después, con la autorización del Juez y el visto bueno del médico forense, los empleados de la funeraria procedieron al levantamiento del cadáver.

La expectación estaba justificada, era un caso único. Por la mañana la policía había dado una rueda de prensa en la que anunciaba la resolución del caso. Los resultados de la autopsia desvelaron el misterio y pusieron en primera plana de la actualidad el extraordinario caso de don Jacinto Salvia. La rápida investigación concluyó que el pobre hombre murió deshidratado al no poder controlar el llanto. El charco no era de agua, si no de lágrimas. La hipótesis de la policía concluyó que don Jacinto Salvia era un demente que creía que las plantas crecían más bonitas si las regaba con sus lágrimas. De los testimonios recogidos por los investigadores, en los que fue vital la colaboración de la Sra. Matilde y de don Narciso, el tendero de la esquina, se dedujo que al principio utilizó el viejo truco de picar cebolla hasta que con el tiempo fue perfeccionando la técnica y sólo necesitaba para llorar motivos tristes, las lágrimas brotaban prácticamente solas, bastaba un pequeño repaso a las esquelas, o como atestiguó su vecina Matilde, ver el culebrón de la tarde para empezar a llorar descontroladamente. El fatídico día que fue incapaz de frenar el llanto, Jacinto se murió deshidratado y de pura tristeza. Extraordinario.

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