No es mi apellido es que este fin de semana largo me tocó pasarme las mañanas trabajando y las tardes de Rodríguez, algo que no me supone ningún trauma porque entre otras cosas puedo dedicarle más tiempo a la otra, a la de dos ruedas. Así que el sábado, después de una frugal comida me preparé para una salida en solitario iniciando esa liturgia que siempre me recuerda a la de los toreros y que consiste en ir poniéndose culotte, maillot, calcetines, zapatillas y casco, amén de preparar barritas y bidones y hacer repaso de cámaras y herramientas. Salí de casa adentrándome en la vía verde a mi ritmo de corredor de fondo sin cebarme demasiado con un par de recordman, de los que confunden las sendas con circuitos y cruzando la Camocha tomé a la izquierda la carretera que discurre por Aroles para subir en dirección a Lavandera por La Sierra y seguir después por Tueya camino del Monte, dejando a mi derecha el desvío al picu’l Sol y siguiendo en dirección a Les Cabañes. Cuando ya no hay más que subir toca bajar, dando media vuelta cruce a Fano por el Camino de Carcedo y volví a subir para curiosear como estaban los helechos en la cresta de Fano, sabedor de que por el momento no queda más remedio que desandar lo andado bajé a coger la carretera de la Collada y la senda fluvial que me devolvió a la ciudad. ¡Horror, la ciudad!
Estar de Rodriguez de vez en cuando es todo un lujo,eso sí, solo al alcance de los emparejados.
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