Cosas de niños

Lamento haberos hecho perder el tiempo si ayer os asomasteis a esta bitácora y no encontrasteis ninguna novedad, pero es que estoy en una semana horrible en la que no tengo tiempo para nada, entre el trabajo, reuniones en el colegio, actividades extraescolares y cosas varias sólo me paso por aquí para postear fugazmente y guardar fidelidad a mis amigos blogueros. Del blog de Jose, Ylqh, y de sufrimientos y de proteccionismos de los herederos no os voy a contar nada porque él se expresa mejor que yo, y aunque uno no lo quiera debe ser cosa de los tiempos y del instinto que estemos, a veces, demasiado pendientes de nuestros hijos. Si os voy a relatar alguna pequeña travesura que espero que os haga a los padres primerizos valorar que vuestros niños no son tan "malos". Con proteccionismos los justos a mí me toca lidiar con dos varones de esos que tienen dificultad para ver el peligro y que experimentan, en alguna que otra ocasión, las consecuencias sobre su organismo. El primogénito como salió bastante rubito para hacer honor al dicho de "no hay roxu buenu", se dedicó desde bien temprano, pese a tener cara de angelito, a hacer pequeñas diabluras. Creo que la primera por imprudencia paterna y materna fue dejar el corralito tan cerca del cable de la freidora que no se pudo resistir a tirar hasta comprobar lo suave que queda uno después de un baño de aceite. No sé si os podéis llegar a imaginar lo que cuesta limpiar dos litros y medio del viscoso líquido, pero ya os digo que mucho. Su carácter inquieto le llevo desde muy pequeño a experimentar y debió de ser por eso que probó con el clásico de llenar de rollos de papel higiénico la taza del WC y ver que es lo que pasa cuando tiras de la cadena. El agua que arrollaba por el pasillo fue mucho más fácil de secar que el aceite, también es verdad. Por aquéllas fechas de ensayo y error se colgó de la puerta del armario del baño, uno de esos estrechos y altos, que cayó sobre él con tanta suerte que la puerta de la entrada estaba entreabierta y sirvió de tope. Pudimos comprobar que todo había quedado en un susto cuando lo sacamos de debajo de la montaña de frascos, cremas, sprays, jabones y cosas de esas. Las gentes al enterarse de que era una detrás de otra se me acercaban con gesto compugido y me daban el pésame. Pero eso no era nada, tenía cinco años la primera vez que requirió puntos de sutura. Cerró de un portazo una cancela de forja de esas que sirven de cierre a algunos portales sin darse cuenta de que se había dejado un dedo dentro, cuando la madre me lo trajo a casa corriendo y mientras yo buscaba unas gasas para cubrirle la herida el se destapó el dedito como si los deditos tuvieran tapa y guardaran dentro un huesecito. Un poco de piel por la parte interior hacía de bisagra. Temblando como una hoja cerré la cajita le puse unas gasas y me lo llevé al hospital y de ahí, a Oviedo para ponerlo en manos de los cirujanos de cirujía plástica. Eso curte, así que cuando hace dos años se abrió otro dedo a lo largo, entiendes que forma parte de lo posible. Esta ÚLTIMA se alargó más de lo esperado porque el dedo no quedó muy bien y al final tuvo que pasar por el quirófano, anestesia general incluida, a hacer un arreglo. Menos mal que el otro se conformó con suturas pequeñas y alguna escayola sin importancia porque llevan más averías que yo en toda mi vida y eso que están empezando.