miércoles, 31 de marzo de 2010

Recuerdos del cine Los Campos


Como en ocasiones voy dejando cosas pendientes, en un par de días trataré de saldar la deuda de algo que había prometido, como es la transcripción del capítulo que D. Rufino Álvarez Meana, el que fuera director del colegio Jovellanos, dedicaba en su libro "Cosas de Gijón - Teatros y cines", a sus recuerdos del cine Los Campos. Un retrato del Gijón de nuestros padres y abuelos.

Mis recuerdos de Los Campos

Quizás al leer el título se pensará que lo que voy a decir son unas impresiones muy personales, pero puedo afirmar que todo ello bien pudiera ser escrito por casi todos los gijoneses que ahora tenemos entre 68 y 75 años de edad, estoy seguro que todos ellos firmarían este escrito de los recuerdos de este entrañable cine Los Campos.

Pues bien, la maniobra comenzaba en las mañanas de un domingo cualquiera de los años comprendidos entre 1931 y 1936, que fueron precisamente los mejores del cine, pues en ellos comenzó el sonoro. Los Campos Elíseos era el cine de los niños de Gijón, en las tardes de los domingos, debido a que en su "gallineru" cabíamos todos, pues nunca supe que se hubieran acabado las entradas.

Había en Gijón un catecismo singular, que era el de los Capuchinos. Y era singular porque se celebraba por las mañanas y porque estaba a dos pasos del cine. Salíamos de él por la puerta que estaba donde ahora hay una óptica y corriendo como demonios atravesábamos en diagonal las calles Uría, Menéndez Pelayo y la carretera de Villaviciosa sin mirar si venían coches ni si el semáforo estaba en verde, por la sencilla razón de que no había tráfico ni semáforos,y a la cola para sacar las entradas para la función infantil de las tres.

Seguro que ponían primero una de dibujos (muda) y después pudiera ser una de vaqueros por Tom Tyler, Ken Maynard o Bufalo Bill con el perro Rin-tin-tin; o una de cómicos con Pamplinas, Harold, o el Gordo y el Flaco. Una vez con la entrada en el bolsillo después de pagar una perrona (diez céntimos o la décima parte de una peseta), comprábamos el T.B.O. en cualquier kiosco y a casa, porque había que comer enseguida y marchar a ponerse a la cola para entrar en Los Campos. Se entraba al "gallineru" por una gran puerta que estaba al izquierda de la fachada y formábamos una gran cola que , saliendo a la calle, doblaba junto al Continental hasta llegar al cuartel de la Guardia Civil. Y que nadie intentara colarse porque era expulsado por todos, pues los niños usan una justicia a "secas" y no hay privilegios para nadie. Pero antes de ponerse a la cola, teníamos que pasar por el puestín cualquiera de los cuatro o cinco que se ponían a lo largo de la calle Ramón y Cajal para aprovisionarnos de un buen "bolsau" de boles de la gocha o de "mierda de gatu" o de "pan de mono" que nos llenaban por una perrona. Con ello podíamos estar rucando toda la sesión y después dejábamos el "gallineru" con tal cantidad de papeles que las mujeres de la limpieza tenían trabajo extra para dejarlo límpio de cara a la siguiente sesión.

Y llegaban las dos y media y se abría una pequeña puerta para poder pasar uno a uno (el portón se abría para salir). Había dos porteros para que nadie se colara.


continuará

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