Viene del anterior.
Y ¡ay, amigos! Hasta la puerta había una bien formada cola, pero una vez entregada la entrada al portero, comenzaba una dura prueba: "veinticinco metros de escalera cuesta arriba". Esta prueba no estaba incluida en las olimpiadas pero merecía estarlo. Había que ver un tropel de chiquillos subiendo las escaleras corriendo, de dos en dos o de tres en tres, para llegar arriba y después a saltos bajar a colocarse en los mejores sitios, eludiendo las columnas.¡Apoteósico! gritando, dando voces, llamando a los amigos (generalmente, por el mote), enseguida se llenaba el "gallineru". ¿Cuantos? ¡Quien sabe! La galería corrida o "gallineru" tenía un aforo de mil doscientas personas, pero eran adultos y sentados holgadamente, pero si se trata de niños y apretujados unos contra otros, ¿Cuántos podían caber? Tal vez cerca de los dos mil. Y a perrona cada uno eran doscientas pesetas, que seguro que no lo sacaban en las tres sesiones siguientes. Y hay que contar también con las butacas, cuya entrada costaba un real (veinticinco céntimos). Y también estaba lleno, pero ahí iban los niños pequeños con sus padres. Aquel griterío ensordecedor no impedía oír el timbre anunciador. Un timbrazo y a prepararse; otro y a ponerse listos y un tercero que coincidía con el apagón de las luces y el comienzo de la película. Pero como era de dibujos y muda, el griterío se iba apagando y se llegaba al inicio de la película con bastante silencio.
El transcurso de la película, contando con que los espectadores son niños, iba normal, siempre que no hubiera alguno que gritara: ¡¡Fuego!!. Entonces comenzaba un bombardeo de pedos que asustaba a los no acostumbrados. Había verdaderos artistas en este cometido.
Había un grupo de espectadores ubicados siempre en el mismo lugar, que eran los animadores del cotarro y ciertamente nos animaban a todos a entrar en faena. Me acuerdo que uno de ellos (que estaba junto a mi) tomó ¡una copita de Ojén!. Magnífico. Los había que usaban esta estratagema para ahuyentar a otros de los sitios y así ser ocupados por ellos. ¡¡Aquellos olores no se podían resistir!!
Y cuando el "mocín" rescataba a la "mocina" y esta se lo agradecía con un beso, entonces se extendía por toda la sala un "EEEEEEEEHHHHHHH" para terminar con un largo aplauso, porque los niños siempre están con los buenos y en contra de los sinvergüenzas.
Después del aplauso al final de la película y de reiniciar el griterío de salida, se desalojaba el "gallineru" de una manera pausada y ya en la calle, a jugar al pío-campo en Begoña o en la Plazuela (había pocos bancos y se podía correr libremente por ella). Y enseguida, para casa. Había que esperar ciento sesenta y cuatro horas para llegar a las tres de la tarde del siguiente domingo. Una semana larguísima, sin tele, ni vídeos, ni juegos electrónicos, ni nada de nada. A estudiar toda la semana con la esperanza del recreo, en el que jugábamos a "manaes" con una ¿pelota? hecha de papel amarrada con un cordel, o jugábamos un partidín con una caja de betún rellena de tierra y bien apretada la tapa, que nos servía de "pelota". Con este provenir, creo que no traumatizamos nadie. Después de salir de la escuela, a correr un poco por Begoña, la Plazuela o el Muro. Ninguno de nosotros asistía a clases de judo, ni de guitarra, ni de inglés, y creo que todos salimos adelante. De los espectadores de la sesión infantil de los domingos en el cine Los Campos salieron ingenieros de minas, industriales, arquitectos, boticarios, abogados, médicos, ajustadores, periodistas, panaderos, mozos de equipajes, secretarios de juzgados o del ayuntamiento, oficinistas y misioneros,...¡ah! también hubo muchos maestros y alguno de ellos llegó a ser director del colegio al que asistió de niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen este blog. Gracias.