Murió la Luna; el ángel de las nieblas su cadáver recoge en blanca gasa, y en un manto de rayos y tinieblas el Dios del huracán envuelto pasa.
Llueve y torna a llover; el hondo seno rasga la nube en conmoción violenta, y en las sendas incógnitas del trueno combate la legión de la tormenta.
¡Qué oscuridad! ¡qué negros horizontes! ¡Hora fatal de angustias y pesares! ¡Ay, de aquellos que viajan por los montes! ¡Ay, de aquellos que van sobre los mares!
¡Cuántos niños habrá sin pan ni techo que se lamenten de dolor profundo! ¡Cuánto enfermo infeliz sin luz ni lecho!, ¡cuánta pobre mujer sola en el mundo!
Salta preñado el río sobre el llano y amenaza a los buenos labradores, y encuentran los insectos un océano en el agua que rueda entre las flores.
Cansado el marinero se arrodilla en la cubierta del bajel errante, y en vano busca en la lejana orilla el faro salvador del navegante.
¡Qué triste noche! Y en mi hogar, en tanto, todo en el orden y en la paz reposa; duerme mi niña en su silencio santo, y se entretiene en su labor mi esposa.
Sentimos ella y yo las agonías que sufre el hombre de diversos modos; me acuerdo yo de mis revueltos días, y nos ponemos a rogar por todos. Juan Clemente Zenea (1832-1871)
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Fuerte, intenso , y en definitiva hermoso...un poema como pocos...
ResponderEliminarConcuerdo con el comentario anterior.
ResponderEliminarA veces, después de haber vivido penurias, o de conocer personas que padecieron muchas, reflexionamos sobre la vida y las desdichas ajenas y no podemos hacer más que desear de corazón que aquellos que sufren puedan ser felices. No deberíamos olvidarnos que en el mundo existen más personas por más que estemos felices. Sería bueno poder ayudarlos a todos.
Me gustó mucho el poema.
Besos desde lejos.
Es cierto Patty, me alegra tu comentario, como siempre sensible y profundo, se frivoliza demasiado y son demasiado escasos los momentos en los que siquiera pensamos en aquellos que no han tenido la misma suerte que nosotros.
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