viernes, 24 de septiembre de 2010

El día que conocí a Clarisse

En mi rutinaria vida a veces pasan cosas que merecen ser contadas. Una tarde en la que iba de paseo con mis hijos por el centro de la ciudad entré sin querer en un lugar muy curioso. Así empezó todo.

Realmente no sé muy bien como ocurrió, sólo te puedo decir que íbamos caminando por una calle de aceras estrechas, a las que no llegaba la luz del sol, sintiendo como en nuestros brazos desnudos se erizaba el vello acariciado por la brisa que anuncia el otoño, cuando de pronto, al tratar de esquivar a una joven mamá que empujaba un enorme carrito de bebé, perdí el equilibrio y caí sobre una puerta que se batió hacia dentro como empujada por el soplo del viento. No me dio tiempo a caer, una mano blanca como la nieve se deslizó suavemente bajo la mía como esa mano galante que te invita a un baile. Era una mano suave y delicada y su dueña la criatura mas bella que yo haya visto en mi vida, llevaba un traje de época y su cutis perfecto, tan fino como la seda, remarcaba sus seductores labios carmesí. En sus ojos azules como el océano me hubiera ahogado sin pena. Recuerdo su sonrisa y el lunar junto a su boca. Me lanzó delicadamente hacia el centro del salón para seguir danzando junto a su acompañante y la perdí para siempre. Era un baile, un baile de disfraces, y allí estaba yo, en el medio del salón mirándome de arriba abajo, abochornado, y mas rojo que un tomate sintiéndome el centro de todas las miradas. La gente era muy rara. Se me presentó un señor muy flaquito con pinta de mendigo y una larga barba blanca que llevaba por única prenda un taparrabos y me dijo: "Bienvenido. Yo soy Viernes, ven te presentaré más gente". Y así lo hizo, cogiéndome de la mano me arrastró por el salón en el que muchos hablaban en lenguas extrañas, presentándome a príncipes y a mendigos, a hermosas damas, a reyes, a magos, a brujas, a espadachines, y a multitud de gente con vestiduras exóticas. Tan pronto como me los presentaba desaparecían y al tiempo, sin pausa, aparecían otros en una rueda sin fin. Al cabo de un rato me encontré completamente abrumado, empecé a sentirme mal, mareado... perdí el conocimiento.

Después no recuerdo más, hasta que oí un familiar...

-Papá, papá ¿Cuándo nos vamos?

La voz cantarina me sacó de mi ensimismamiento.

-Ya, nos vamos ya. Déjame pagar esto.

Y nos fuimos de nuestra librería favorita volviendo a sentir la brisa del norte, buscando eso si, una calle donde no hubiera sombras, y con Clarisse de la mano.

1 comentario:

  1. Jose Luis:yes un fenomeno.No tengo mas que decir.Me dejas abrumado con estos relatos.Tienes que salir en el calendario,asi series completu.

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