miércoles, 15 de septiembre de 2010

El puerto

Me gusta pasear por el puerto, llevo haciéndolo toda la vida. Antes lo hacía más, es verdad, sólo tenía que salir de casa y caminar los doscientos metros que me separaban de ese rompeolas donde están muchos de mis recuerdos. En charlas interminables en las que no importaba el tiempo, dejamos las huellas de nuestras posaderas sobre sus bancos de piedra. Pero al mirar hacia atrás también veo la vieja rula y la fábrica de hielo, lugares por donde de niños correteábamos curiosos, saltando entre cajas de madera con pescado fresco. En aquellos días, deslizándonos como anguilas, nos apartábamos esquivando el trajín de marineros, motocarros y puños cerrados en alto; puños amenazadores como rayos que se movían alrededor de cabezas de hombres con voces de trueno. Completaban el cuadro la vieja grúa, las lanchas, y las rederas, sentadas al sol, remendando aparejos. Después cambió el paisaje, la draga aumentó el calado del puerto, no se volvieron a ver las barcas varadas en la bajamar y se dejaron de oír aquellos hombres de voces roncas curtidas por el alcohol, el frío y la humedad.

Ahora toca disfrutar del colorido de los veleros, de sus banderas, de sus mástiles alineados, de sus reflejos... Es el contraste.


1 comentario:

  1. Pa mi que con esti post inspiraste a Fermín pal suyu. Esto ye una cadena, los pensamientos de unos sirven de chispa pa los de otros.

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